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HUMOR PARA LEER Y ESCUCHAR Reflexiones de la vida diaria: «Metidas de pata» E-GRUPOCLAN
John Cunningham Lilly, el padre de la terapia de flotación, fue pionero y parte de una generación de pensadores y científicos entre los que se contaron Timothy Leary (famoso por la experimentación con sustancias psicodélicas como el LSD) y otros, dispuestos a transgredir las reglas del momento e iniciar un camino hacia nuevos paradigmas terapéuticos, que, paradójicamente, hoy están volviendo.
Sus investigaciones sobre estados alterados de conciencia lo llevaron en la década del 70 a inventar el tanque de aislamiento sensorial. Lejos están esos primeros modelos rústicos de la cápsula estética y muy atractiva a la vista en la que estoy por pasar 60 minutos flotando sola en penumbras.
Mi experiencia en un flotario. – Créditos: Prensa
La cápsula se encuentra en uno de los pocos flotarios de la ciudad de Buenos Aires, ubicado en el enigmático barrio de Parque Chas. La cara visible de Zero Gravité es Yohan Poissonneau, un canadiense emigrado hace más de una década a la Argentina, que se dedicaba al cine pero se vio atraído por estas terapias y en plena pandemia montó su negocio. Además es el facilitador que me acompaña en esta sesión y que me habla con tranquilidad explicándome lo que va a suceder.
Pero, antes, un rápido repaso por la teoría. Los flotarios son cámaras (en este caso habitaciones privadas climatizadas con una bañera al descubierto en un caso, y una cápsula hermética con tapa en el otro) que contienen muy poca agua y altas dosis de sales Epsom. La proporción de sales (aproximadamente 550 gramos por litro de agua), le permite a tu cuerpo flotar sin ningún tipo de esfuerzo.
Las piletas están equipadas con controles internos que permiten tanto comunicación con el exterior, como regular la ventilación y las luces de forma autónoma, es decir, desde adentro del tanque. También hay parlantes por los que saldrá música o una meditación guiada, según gusto del cliente.
Este es un flotario – Créditos: Prensa
La idea del aislamiento sensorial por flotación en tanque es que pierdas la noción del peso del cuerpo, y que al tener una temperatura entre los 35 y 37.5°C, no sientas ni frío ni calor. De este modo, las terapias de flotación proponen una experiencia para desconectarse del exterior y conectarse con uno mismo a través de la relajación corporal y mental.
Dicen que flotar en estas cápsulas inmersivas ayuda con las tensiones y contracturas tan típicas de la vida moderna al aflojar el tono muscular, calma los dolores óseos y articulares, y fundamentalmente aquieta el sistema parasimpático.
Poissonneau me explica también que es favorecedor del descanso, y que mientras que a él esta terapia le curó una tortícolis, otros van intentando reducir problemas del sueño. Eso sí, me aclara que la solución no es mágica y que la clave está en una terapia de repetición, especialmente si los problemas son tan persistentes como el insomnio.
Voy en busca de todos estos beneficios, pero especialmente el de la desconexión momentánea del mundo exterior, del trabajo, las demandas familiares y hasta las redes sociales. Vivimos en un contexto tan hiperconectado y activo 24-7 que nos exige no solo atención constante sino también productividad, que la idea se me hace más que tentadora. ¿Quién no quisiera simplemente dejarse sostener por agua, sin hacer nada?
Después de una charla breve y tranquilizante en la que Poissonneau me explica que las sesiones son seguras y se monitorean desde afuera de la habitación, indicando que cada participante pasa por distintas fases de adaptación y que puede elegir entre el silencio total o una relajación guiada, seguida de música instrumental tranquila, paso a cumplir los pasos requeridos en la previa a la flotación.
La habitación es personal, y está aislada del ruido exterior y no puede verse nada desde afuera. Aunque está climatizada me da un poco frío sacarme la ropa para ponerme el traje de baño: después de todo, estamos en invierno y en una de las semanas más frías.
Acto seguido a cambiarse, hay que darse una breve ducha, ponerse los tapones en los oídos, algo imprescindible para que el agua salada no entre y genere residuos salínicos que a posteriori nos puedan causar problemas, y entonces, ya estamos listas para entrar al pod. La única consigna que me preocupa es la de que no me entre agua salada en los ojos, porque dada la concentración puede ser muy molesto.
De todas formas, rara vez sucede ya que la cabeza solo va sumergida hasta la mitad, se pueden utilizar distintos objetos que están a mano y a disposición (un aro flotador para detrás de la cabeza, un flotador para el cuello y otros), y por último, cada uno tiene una toalla pequeña a mano por las dudas.
Mi experiencia en un flotario: las ventajas para la salud – Créditos: Prensa
Llega la hora de entrar y sentarme en esta especie de bañera gigante con tapa y una de las cosas que más me sorprende es el poco nivel del agua: son apenas unos centímetros cúbicos. Sin embargo, cuando esté acostada no será necesario más que eso para que mi cuerpo flote. Agarro la tapa y la cierro dispuesta a sumergirme en la oscuridad estrellada que propone el primer nivel lumínico de la experiencia.
Tal como me indicó el terapeuta, mi sesión comienza con una meditación que me ayuda a ir relajando la mente y el cuerpo, pero sobre todo a conectar con la respiración.
La idea es hacer media sesión (30 mín) con sonido, meditación y luego música tranquila, y la otra parte en silencio total. El control de las luces quedará a mi cargo, por lo que en la medida en la que me vaya animando puedo ir apagando las luces, pasando por tres estadios que van desde estrellitas en la cubierta, a luz tenue en la botonera o noche cerrada, y así quedar en completa oscuridad.
Una vez adentro lo primero y lo más difícil -aunque no lo crean- es entregarse a flotar. Lo cierto es que si bien el cuerpo flota solo por acción de las sales, al principio cuesta soltar y entregar el peso, ya que tenemos la sensación de que nos vamos a hundir. Cosa que no sucede.
Luego la idea de estar en espacios reducidos, que puede incomodar a más de uno por lo que no se recomienda la cápsula cerrada a cualquiera, es algo a lo que hay que acostumbrarse también. Entender los límites, cómo poner el cuerpo, y sobre todo, qué hacer con los brazos. Una primera recomendación por parte de Poissonneau es ponerlos detrás de la cabeza sosteniéndola pero en posición relajada y abriendo el plexo solar, pero también se pueden utilizar distintos elementos de flotación y dejarlos extendidos al costado del cuerpo.
Flotario en Buenos Aires. – Créditos: Prensa
“Sentí esta nueva experiencia de estar sostenida o sostenido por el agua. Es una sensación que seguramente nunca antes habías experimentado, pueden aparecer en un principio resistencias a lo desconocido o percibir como nunca antes tus tensiones. Irán desapareciendo, a medida que logres soltar tu cuerpo y tu mente. Entregarte es la clave de esta nueva experiencia. Confiá en el agua que te sostiene, sentite libre para buscar la comodidad que necesites”, reza la voz en off que sale de los speakers del costado.
Poco a poco es posible ir dejando de lado las imágenes del día, las sensaciones de molestia o incomodidad inicial y conectarse con las sensaciones de la flotación misma: desde escuchar tu propio corazón, a sentirte parte del agua sin tener claro donde comienza tu cuerpo y donde termina, o también sensaciones más lúdicas y asociadas con el movimiento al dejarte mecer por el líquido al flotar. Aunque Poissonneau, especialista en terapias holísticas, respiración holotrópica y bioenergética, me aclara que es una terapia que centra su teoría en la quietud, a mí me resultó tan placentero y relajante realizar pequeños movimientos como quedarme quieta.
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Paulatinamente voy apagando las luces, que, justo como el terapeuta me había advertido, de repente se me hacen muy brillantes y casi molestas. Al cabo de treinta minutos el sonido cesa, y me doy cuenta que ya estoy en la mitad de la sesión. Todo pasó más rápido de lo que creía. De hecho, Poissonneau me explica que la mayoría de las personas piensan que no se van a bancar 60 minutos, que es un montón, pero que al final no sólo pueden sino que querrían quedarse más.
Cuando le pregunto cuánto es el tiempo ideal para una sesión me responde que 60 minutos, si bien, hay lugares donde los hacen por menos tiempo y no es recomendable, y también, existen algunos procesos de terapia guiados que con un facilitador profesional pueden durar hasta 3 horas.
«Ayuda con el síndrome de burnout, el descanso y mejora los síntomas del trastorno por déficit de atención con hiperactividad. El protocolo vigente indica que con 12 sesiones se logra una referencia continua en el sistema nervioso”, me detalla.
Escrito por E-GRUPOCLAN
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