Mauricio Macri regresa en estos días de Villa La Angostura y sabe que llegó la hora de tomar varias decisiones importantes. Debe decidir si le conviene al PRO y a él mismo avanzar en una mayor integración con el Gobierno y si ese paso se tiene que materializar tan solo en el Congreso nacional, tal vez creando un interbloque, o si busca que el libertario le ceda algunos cargos con poder de decisión en el Gabinete.
Los últimos quince días sumergieron a la Argentina en una crisis impensada. Cuando todos, tanto en la calle como en los despachos, se venían preguntando cuánto tiempo está dispuesto el pueblo a soportar el actual ritmo de ajuste económico, el problema estalló por otro lado: el fracaso de la Ley Ómnibus en la Cámara de Diputados llevó a Milei a un estado de furia que lo hizo confrontar con gobernadores y diputados a los que él acusa da traidores. Y, así, dinamitó todos los puentes políticos.
El libertario es un dogmático, un dirigente de principios muy fuertes, que empuja el choque casi hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, acaba de dar dos muestras de que siente vértigo al vacío. La primera: advirtió que no le convenía mantener su enfrentamiento con el Papa Francisco y, por eso, acaba de sellar su reconciliación durante su actual visita a la Santa Sede. La segunda: el sábado, en declaraciones que hizo en Radio Mitre a Marcelo Bonelli, habló del diálogo fluido que mantiene con Macri y habilitó explorar un acercamiento. En esta misma dirección también habló Patricia Bullrich.
¿Estará Milei empezando a recalcular? El difícil imaginar que vaya a renunciar a su retórica de confrontación y grieta, pero parece haber percibido que ese mecanismo tiene un límite, la gobernabilidad, y una víctima, él mismo. Hubo presidentes, como Néstor Kirchner y Cristina Fernández, que usaron la grieta como estrategia de campaña y también la mantuvieron durante su gestión, pero tenían dos ventajas de las que Milei adolece: más dinero en las arcas públicas y mayoría en las Cámaras del Congreso.
Milei, en cambio, es extremadamente débil. Su bloque de diputados a duras penas reúne 38 integrantes, la mayoría de ellos inexpertos, y 7 senadores. Esos datos son harto conocidos. Lo que no se dice son otros datos, que quedaron de relieve esta semana. Por un lado, si algún día el Congreso nacional decidiese sancionar una ley y Milei la vetase -como amenazó con vetar la coparticipación del impuesto País que querían impulsar varios gobernadores-, el Presidente no tendría masa crítica en el Congreso para evitar que los diputados y senadores insistan con la ley y termine sancionada.
Milei no hizo esa cuenta, pero hay varios mandatarios que sí hicieron los números finos: están muy molestos con la asfixia financiera y con los agravios a que los somete el Presidente y, por eso, alguno deslizó la posibilidad de una rebelión fiscal. Y, por el otro lado, el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, planteó la posibilidad de que varios mandatarios provinciales impulsen un juicio político. Es claro que se trata de tan solo de una amenaza. Pero ambas situaciones dejan en evidencia que Milei tiene dos flancos expuestos y, también, que el peronismo, por ahora, deja que el libertario haga el trabajo sucio del ajuste, pero que se mantendrá abroquelado hasta que pueda contraatacar con éxito.
Tal vez, algún constitucionalista amigo debería señalarle que es conveniente que el 1 de marzo inaugure el período de sesiones ordinarias y que la idea de darle la espalda al Congreso y desairar nuevamente a los mandatarios no conduce a nada. El artículo 63 de la Constitución nacional dice que ambas cámaras, desde ese día, “se reunirán por si mismas¨. Es decir, su funcionamiento no depende del Presidente, quien sí tiene, según el artículo 99, inciso 8, la atribución de hacer ante esa Asamblea Legislativa el informe que “da cuenta del estado de la nación”. Jamás en la historia argentina un Presidente se negó a hacer ese informe. Caer en esa situación sería una nueva afrenta a los legisladores.
Ahora bien, la pregunta que se hacen por esta hora Macri y, también, varios diputados y gobernadores del Pro y de la UCR es si el acercamiento con el gobierno tiene que avanzar hacia una coalición en el Poder Ejecutivo o limitarse a profundizar la cooperación en el Congreso, tal vez fusionándose los legisladores en un bloque único o armando un interbloque que conduzca Cristian Ritondo.
Bullrich, que guarda muchos recelos de Macri, es partidaria de la teoría de fusión: los integrantes del PRO tienen que acercarse a Milei sin reparos y sin pedir nada a cambio. Para ella, Milei es el líder indiscutido, una suerte de rey de reyes, y los demás deben ser sus súbditos. Pero muchos gobernadores y diputados del PRO creen en otras estrategias.
Por lo pronto, quienes conversan con Macri dicen que él estaría convencido de que el PRO, permaneciendo separado, no tiene mucho futuro y que hay que apoyar a Milei porque es el único que tiene la posibilidad de encarar las reformas que él mismo hubiera querido hacer. Pero ahí es donde surgen todas las incertidumbres.
Quienes hablan con el expresidente sostienen que, para avanzar en un acercamiento con Milei, tendrían que darse ciertas condiciones:
1) La primera es que Milei deponga su retórica confrontativa, para que la construcción política conjunta tenga viabilidad de crecer aún más. Milei debería demostrar que quiere ser amplio, porque si solo se conforma con sumar al PRO y a algunos radicales, su fuerza no sería mayor que la que tuvo Macri en 2016. No alcanza.
2) La segunda es que Milei le reconozca a Macri que pueda nombrar varios funcionarios con verdadero poder de decisión política. Según quienes son partidarios de esa estrategia, participar del gobierno de Milei solo tiene sentido si los PRO tienen poder de influir concretamente en los lineamientos de gestión. De otro modo, los riesgos son muy grandes, porque si Milei fracasara, por errores de implementación de sus políticas, eso arrastraría al PRO a un declive. Un mal resultado de la gestión de Milei podría arrastrar consigo la identidad del Pro y que dejase de ser una alternativa electoral.
Todo eso es de lo que se hablará en las futuras reuniones.
El Gobierno tiene una identidad política fuerte y el presidente parece decidido a resguardarla. En declaraciones a Clarín, el líder libertario afirmó tajante durante su gira por Italia: “Acá no va a haber un cogobierno, el que manda soy yo”. Cuando eso ocurre, es habitual que comiencen a redifinirse los partidos y alianzas que conforman el sistema político. Es lo que ocurrió cuando, frente a Carlos Menem, en los noventa, se empezó a construir la Alianza, un proceso lento que demoró muchos años. Y, en los 2000, cuando frente a Cristina Kirchner se conformó Juntos por el Cambio.
Milei tiene una impronta fuerte. Tal vez estemos asistiendo a la transformación de las agrupaciones que conocemos ahora. Pero si Milei quiere ir por todo y no da tregua para que se construya un espacio amplio y sólido, su final dejará, del otro lado de la grieta, a un único adversario, sólido e irreductible: una nueva versión del peronismo kirchnerista.
Comentarios de las entradas (0)