El 20 de enero de 2024, entre los gritos y la desesperación, Alejandro Coria vio morir a María Alejandra Alcaraz, su esposa. Estaba a su lado, atrapada entre los asientos de un micro de larga distancia que tenía como destino final la terminal de Retiro.
Alejandro fue internado con varios politraumatismos y jamás volvió a ser el mismo. Junto a ella, a quien conocía desde los 20 años, se le iba el sueño que ambos perseguían desde que se besaron por primera vez.
Durante aquella madrugada la pareja regresaba de Merlo, localidad de San Luis, en donde habían comenzado a construir una iglesia para que los miembros de su congregación pudiesen visitarla y pasar allí unos días de vacaciones.
Lo hicieron con el dinero de la indemnización que cobró Alejando tras caer en una obra de construcción en la que trabajaba, hecho que ocurrió el 5 de mayo de 2010. Aquella mañana, el hombre de Florencio Varela, albañil de profesión, cayó desde un segundo piso y sufrió una fractura de cráneo que lo tuvo 12 días con muerte cerebral.
“Los médicos esperaban que su corazón dejara de latir. Gracias a Dios no fue así: despertó del coma y empezó a hablar. Mi hermana siempre estuvo con él y luego de varios años pudo recuperarse”, contó Miguel Alcaraz, cuñado de Alejandro, a TN.
Luego de cobrar el dinero de la ART y de la empresa que lo contrataba, la pareja decidió destinar una parte de la plata para la compra del terreno en San Luis, el cual pagaron en cuotas durante dos años.
“A raíz del accidente, a él le dieron un certificado por invalidez. Es por eso que en el micro debía viajar adelante para tener cerca el baño, pero la empresa Chevallier hizo lo contrario y los mandó al fondo. Es decir, infringieron su obligación. Si hubiesen viajado en otro sector se evitaba la muerte de María Alejandra”, detalló Nicolás Schick, abogado de Alejandro, a este medio.
El letrado precisó que el accidente, ocurrido en la ruta nacional 36, también fue responsabilidad de la empresa: “El chofer siguió de largo en una curva y provocó el vuelco del micro”.
TN intentó comunicarse con Alejandro, pero su profunda depresión le impide hablar de lo acontecido y también de la relación con su mujer, con quien se casó por civil y por iglesia cuando él tenía 20 y ella 19.
Su familia, para resguardar su salud, le quitó el teléfono celular: “No quieren que vea las fotos porque se pone muy mal”, explicó Schick. Sin embargo, Alejandro se animó a escribir en un cuaderno parte de lo sucedido.
“Pudimos encontrar ese lugar que buscábamos, el cual pagamos con mucho esfuerzo para comenzar a construir nuestro sueño de que muchas familias de bajos recursos pudiesen viajar”, relató.
Alejandro continuó: “En diciembre del año pasado empezamos a edificar un pequeño quincho que iba a marcar el inicio de todo lo que iba a venir. En enero viajamos junto a mi esposa para continuar la obra. Estuvimos trabajando una semana. Cuando volvíamos a Buenos Aires, mi esposa falleció y yo terminé internado, con varias fracturas y múltiples golpes”.
“De la declaración de los testigos se reconoce la responsabilidad de la empresa. Y como se trata de un contrato de transporte, van a tener que responder por el daño punitivo. Al existir una relación de consumo entre el transportista y el transportado, pedimos una sanción ejemplificadora hacia la empresa para que en un futuro esto no vuelva a suceder”, remarcó el abogado.
“Sé que va a ser difícil sin ella, pero aún sigo manteniendo en mi corazón el mismo anhelo que compartíamos: seguir trabajando junto a las familias de mi congregación”, completó Alejandro.
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