La inteligencia artificial es la tecnología de moda. No es una propuesta nueva, ni por asomo: a mediados del siglo pasado ya se debatía intensamente acerca de sus alcances. Sin embargo, en el 2023 los sistemas generativos, con ChatGPT a la cabeza, condujeron a esos sistemas a su pico de popularidad. La IA derribó los muros de los reductos académicos a tal punto, que ahora se habla de esos sistemas en los cafés, reuniones de amigos y sobremesas.
Aquello de “estar de moda” tiene un peligroso efecto colateral: la banalización. En un abrir y cerrar de ojos, un sinfín de productos y servicios incluyeron funciones de inteligencia artificial. En muchos casos, la intersección es provechosa, aunque en otros la promesa peca de torpeza.
Los usos más insólitos de la inteligencia artificial
No ponemos bajo sospecha los avances de la inteligencia artificial generativa. Con sus encantos y sus riesgos, los sistemas que han ganado popularidad el año pasado —ChatGPT, Google Bard, DALL-E, Midjourney, Stable Diffusion, entre otros— consiguieron sus medallas con justicia. En paralelo, en este tiempo hemos visto numerosas propuestas que pecan de ser más inocuas que provechosas.
En la misma semana de diciembre, Instagram y Spotify lanzaron funciones con IA, o algo parecido. Tal como señalamos en la ocasión en TN Tecno, esas novedades fueron un tanto forzadas. Por su parte, la red social de Meta agregó una opción automatizada para crear imágenes de fondo para las Stories. El streaming musical, por su lado, añadió IA generativa para confeccionar listas de reproducción mediante una indicación, sin elegir canciones en forma manual. En ambos casos, las primicias parecieron más atentas a incluir el concepto “inteligencia artificial” que a usarlo verdaderamente.
En la viña tecnológica sí hay algunas fórmulas con IA que pecan de banalidad. Uno de los casos es un cepillo de dientes con esa tecnología, que promete una “limpieza profesional” gracias a la presencia de sensores que identifican los errores en el cepillado. Tal como señala el sitio Xataka, antes ya se ofrecían modelos con funciones similares, aunque con otro nombre. Simplemente —o no tanto— se colgaban la medalla de “inteligentes” al vincularse con dispositivos móviles y mostrar información en una aplicación que también brinda consejos de uso.
“Introducir la IA (…) parece un intento de redefinir problemas que ya fueron resueltos”, dispara la fuente. Para colmo, al incluir la etiqueta de la nueva tecnología —nueva, en los papeles— el precio de venta sube.
Hay mucha más insignificancia en torno al auge de la inteligencia artificial. Aquí hablamos de una compuerta para gatos que usa IA para detectar si el felino trae un ratón muerto en la boca y, en ese caso, impedir que entre a la casa con su presa pestilente. En rigor, incluye un sistema de visión por computadora y un método para trabar la puertita. Hay IA, aunque resulta marketinero.
Igual que ese producto, en la feria de tecnología CES 2024, que se celebró en enero, en Las Vegas, se mostraron muchos dispositivos con IA más insólitos que útiles. Uno de ellos es un cochecito para bebés de la firma GlüxKind que gracias a la presencia de cámaras alerta posibles riesgos, como el paso cercano de un coche o una moto. También puede avanzar en forma autónoma, sin que alguien ponga sus manos en él, cuando el pequeño está a upa. En otro momento, antes del auge de ChatGPT, recibiría otro nombre; quizá, cochecito inteligente.
En el encuentro de las Vegas también se presentó una almohada con IA del fabricante DeRucci, que cambia de posición si el usuario ronca fuerte. En este listado encontramos, además, juguetes sexuales con inteligencia artificial. Uno de ellos, llamado Autoblow AI, emergió el año pasado. Según contó Daily Mail, este chiche cuenta con un algoritmo de aprendizaje automático que se adapta a las preferencias de cada persona para brindar más placer que otros en la categoría.
Los ejemplos abundan y es de esperar que la lista crezca. Se trata de productos y servicios que, como diría la señora Casán, se cuelgan de las tetas de la inteligencia artificial. En algunos casos eso puede ser provechoso. En otros, se trata de ideas que rozan la impericia. No podemos culparlos. Es mejor aceptar que “los negocios son negocios” y comprender que subirse a una moda es una habitual estrategia marketinera. En última instancia, aparece la pericia de los consumidores que no deberían dejarse engañar por algunos espejitos de colores.
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