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HUMOR PARA LEER Y ESCUCHAR Reflexiones de la vida diaria: «Metidas de pata» E-GRUPOCLAN
El arzobispo de Córdoba, Ángel Rossi, pronunció una homilía dedicada a las mujeres que trabajan en los comedores comunitarios, en un claro gesto de apoyo a las integrantes de movimientos sociales cuestionados por el gobierno de Javier Milei, y apuntó contra quienes tienen el “descaro de criticar, juzgar y condenar” a aquellos que colaboran con las personas más pobres.
En una misa coincidente con el Día de la Bandera, el purpurado reconoció en su mensaje a las voluntarias y activistas que “tienen claro que, ante la dignidad humana pisoteada, no nos está permitido los brazos cruzados de los indiferentes ni los brazos caídos de los fatalistas”.
En sintonía con el mensaje del presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), monseñor Oscar Ojea, quien también presidió una ceremonia en apoyo a los comedores comunitarios en La Matanza, Rossi enfatizó que “el servicio” que prestan estas mujeres “no es una cuestión de moda ni de ideologías”, sino una “exigencia teológica”. Y citó palabras de Jesús: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber”. Este compromiso no solo es una responsabilidad religiosa, sino también una “obligación cívica”, afirmó el sacerdote.
El cardenal elogió el papel de estas mujeres, no por sus títulos o posiciones, sino por su maternidad y su capacidad de “solidaridad genuina”. “El compromiso de estas mujeres que, heroicamente, cada mañana lo ratifican con un ejercicio practicado en clave de afectos, de humanidad, de trato cordial. Las embanderamos no por estadistas, no por politólogas, no por asistencialistas, no por militantes. Las embanderamos por algo mucho más grande: las embanderamos por ser madres”, afirmó.
Con duras palabras, Rossi apuntó que “ser solidario” no es “la práctica de algunos gestos amables, esporádicos, sino que hace a nuestra identidad de personas”. “Ellas nos ayudan a no contagiarnos, como dice el Papa, con los síntomas de una sociedad enferma, que busca construirse de espaldas al dolor y que tiene el descaro de criticar, juzgar y condenar sin distinciones a quienes hacen lo que quizás nosotros, por flojera o cobardía, no nos animamos a hacer”.
“Mientras nos dedicamos muchas veces a hablar y a hablar, estas mujeres tienen la capacidad de escuchar el grito de los que viven en aguas turbulentas. El grito de los pobres es el grito de los pequeños que sufren hambre. Es el grito de chicos desescolarizados, de los que vienen dados vueltas por la droga. Es el grito de quienes se enfrentan a las tormentas de la vida sin una presencia amiga en soledad”, remarcó el cardenal.
“No es solo servir platos y comida, sino que termina siendo el pretexto, porque entre plato y cucharonazo va el corazón, y le cuentan cosas y le lloran y comparten la vida. Ellas nos interpelan a ser protagonistas, parte de la solución de este drama y de esta lucha, y no convertirnos en meros espectadores de esta tragedia, contemplando esta película de terror desde la butaca de nuestra indiferencia o de nuestra negligencia cómplice”, agregó.
El cardenal compartió dos testimonios para ilustrar su postura. El primero fue un relato sobre la Madre Teresa de Calcuta, quien al llevar arroz a una familia hambrienta, presenció cómo la madre de esa familia compartió la comida con otra familia necesitada. Este gesto, según Rossi, simboliza “el olvido de sí” y “no cuidar la propia quintita, y que los demás se la arreglen”.
El segundo testimonio fue una experiencia personal del cardenal Rossi en la década de 1970 junto la dirección de Jorge Bergoglio abrieron un comedor en un barrio pobre de San Miguel. El sacerdote recordó cómo el Sumo Pontífice les instó a abrir el establecimiento sin demora, enfatizando que “el hambre no puede esperar un mañana”.
El prelado finalizó su homilía con un llamado a seguir el ejemplo de los mártires de la Iglesia Católica y a pedir a la Virgen su protección continua. “Nada de volver la cara atrás. Nada de cruzarse de brazos. Nada de estériles lamentos, mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas, repartir un poco de energía y gastar una palabra que decir… Un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o nuestros pies que puedan servir para dar gloria al Señor y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos”, concluyó.
Escrito por E-GRUPOCLAN
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