Listeners:
Top listeners:
CORRIENTES FM SOMOS TU VOS
HUMOR PARA LEER Y ESCUCHAR Reflexiones de la vida diaria: «Metidas de pata» E-GRUPOCLAN
Es sólo una mujer probándose un abrigo de piel sola en su habitación y probando un pintalabios. Son unas amigas hablando de dentífricos mientras toman café en la cocina. Es sólo un ama de casa enseñando su nuevo jardín y su piscina infantil, o un padre llevando a sus hijos a pescar a un río.
El contexto crucial es que estas escenas ocurren a sólo un muro de piedra de las cámaras de gas y los crematorios de Auschwitz. Y es su misma mundanidad lo que las convierte en malvadas: la “banalidad del mal”, por utilizar la conocida frase de Hannah Arendt. En su meticulosa y desgarradora película La zona de interés, el guionista y director Jonathan Glazer ha encontrado la forma de transmitir el mal sin llegar a representar el horror en sí. Pero aunque escape a nuestros ojos, el horror asalta nuestros sentidos de otras formas más profundas.
¿Cómo empezar siquiera a describir el Holocausto? Esta pregunta ha desafiado a los cineastas durante ocho décadas. Los intentos de humanizar el horror a menudo pierden de vista la magnitud del genocidio. Y los esfuerzos por hacer justicia a la escala inimaginable pueden perder de vista el sufrimiento humano.
Glazer ha elegido un camino diferente. Rodada, increíblemente, en exteriores, su punto de partida es una pareja alemana corriente que intenta construir una vida próspera para su familia. Resulta que están en Auschwitz. Y resulta que son Rudolf Höss (Christian Friedel), el famoso ex comandante del campo en la vida real, y su mujer, Hedwig (Sandra Hüller, brillante en un papel terriblemente difícil).
Höss pasa los días supervisando el “procesamiento” de trenes cargados de personas, la mayoría enviadas directamente a las cámaras de gas. Luego vuelve a casa, donde él y Hedwig cenan, celebran cumpleaños, leen cuentos a sus hijos, hacen planes para unas vacaciones en un balneario.
O se van de picnic, que es donde empezamos, en una tarde idílica, la familia Höss recogiendo bayas y tomando el sol. Al caer la noche, regresan a su impoluta villa de dos plantas en las afueras del campo (en lo que los nazis llamaban la “zona de interés”).
Pasa un rato antes de que veamos los signos reveladores: la torre de vigilancia del campo y, más tarde, las llamas que ennegrecen el cielo. Pero oímos sonidos. Sonidos horribles. Ladridos de perros. Disparos. Gritos de miedo, gritos. Y el horrible rugido: ¿es la chimenea que eructa, o los trenes que llegan, o ambos? Todo se mezcla y no puedes quitártelo de la cabeza. (Mica Levi compuso la escalofriante partitura).
Seguro que Hedwig oye todo esto. Por eso nos preguntamos qué estará pensando cuando se lleva un bonito abrigo de piel al dormitorio y se lo modela en el espejo, encontrándolo de su agrado, y ordena a su criada que repare el forro.
El subtexto, no deletreado: El abrigo y el pintalabios en el bolsillo son de un prisionero judío que ya no vive. Pronto oímos una charla en la cocina sobre la pasta de dientes. Hedwig ha encontrado un diamante escondido en un tubo –esas prisioneras son astutas, dice– y por eso “pide” más pasta de dientes, convirtiendo de nuevo lo mundano en algo verdaderamente espantoso.
Cerca de allí, entre Rudolf y unos hombres de negocios visitantes, la charla es quizá más importante, pero igual de incongruente. Discuten sobre un modelo de horno más eficiente: el mejor sistema de cremación masiva que el dinero puede comprar. Se oyen las palabras “quemar”, “enfriar” y “recargar”, pero no la palabra “asesinato”.
La vida continúa: Una excursión con los niños por un tranquilo río cercano en un nuevo kayak, regalo de cumpleaños de papá, desemboca en un inesperado disgusto. De pie en el río pescando, Höss se da cuenta de que hay restos humanos flotando.
Sin embargo, a Hedwig Höss le encanta su casa. Presume orgullosa de su creciente jardín, con su pequeña piscina y su tobogán de madera, a su madre, que la visita y murmura apoyándola: “Has caído de pie, hija mía”. Hedwig está orgullosa. Su marido la llama “la reina de Auschwitz”.
Adaptando libremente la novela homónima de Martin Amis, pero eligiendo a un protagonista real, Glazer pasó años revisando archivos para reconstruir la historia de la familia Höss, y construyó el decorado de su casa a unos 200 metros de donde se encontraba la verdadera.
La meticulosidad con la que Glazer y el diseñador de producción Chris Oddy representan esta casa –con sus camas de color azul bebé en la habitación de los niños, a escasos metros de los pútridos barracones del campo– es todo un logro. Glazer también ha colocado varias cámaras de vigilancia para seguir diferentes momentos de la acción, y el efecto es el de un documental, con diálogos que a menudo parecen no estar guionizados.
En cuanto a lo que ocurre al otro lado del muro, sólo vemos a Höss una vez, en un primer plano. Desde luego, Hedwig nunca lo cruza. “Tendrán que sacarme a rastras de aquí”, dice cuando su marido le dice que los van a trasladar. Y exige con éxito quedarse en Auschwitz, con los niños. “Vivimos como habíamos soñado”, dice. (Glazer encontró pruebas de un antiguo jardinero de que tal conversación tuvo lugar).
La película termina justo cuando Höss se entera –en lo que equivale a un ascenso– de que volverá a Auschwitz para intensificar la Solución Final con la aniquilación de los judíos de Hungría, que llegan a razón de 12.000 al día.
Y el Höss de la vida real regresó, para llevar a cabo más asesinatos en masa (más tarde fue ejecutado por crímenes de guerra), y para su mujer, que había encontrado la manera de cultivar hermosas flores independientemente de lo que ocurriera en el mismo suelo.
Seguramente pocos de nosotros podemos imaginarnos modelando un abrigo de piel arrancado a un prisionero condenado. Pero lo que Glazer intenta decirnos con esas escenas –y también en sus estremecedores minutos finales– es que la historia está llena de ejemplos de gente corriente y anodina que encuentra la manera de bloquear el sufrimiento de los demás. Y que si siempre asumimos que somos tan enormemente diferentes, puede que estemos perdiendo la oportunidad de aprender del pasado.
La zona de interés, un estreno de A24, ha sido clasificada PG-13 por la Motion Picture Association “por material temático, algo de material sugerente y fumar”. Duración: 105 minutos. Cuatro estrellas sobre cuatro.
Fuente y fotos: AP.
Escrito por E-GRUPOCLAN
Copyright E-GRUPOCLAN - E-GRUPOCLAN PUERTO MADERO | All rights reserved.
Comentarios de las entradas (0)