Cuando el asesino del playero Bruno Bussanich apretó el gatillo de su arma ya no había nadie en el Club Atlético Junior de Rosario. Era sábado casi de medianoche y los más de 110 nenes y nenas que juegan en las 11 categorías de fútbol infantil y juvenil descansaban en sus casas, todavía sin saber que a 150 metros de donde pasan sus tardes un crimen brutal empezaba a conmover al país.
La ráfaga de tres disparos que terminó con la vida del joven de 25 años sembró más terror en la ciudad santafesina. Las siete ligas de Rosario no pudieron continuar con sus actividades normales. Los entrenamientos se suspendieron. Los partidos fueron postergados. Muchas familias se vieron obligadas a cambiar sus rutinas.
En las últimas horas, y de a poco, volvieron a retomar los entrenamientos en la mayoría de los clubes de barrio de la ciudad. Pero en Junior de Rosario la historia es distinta. Otra. Todavía pareciera escucharse el eco de los tiros de la fatídica noche del sábado. “Vivimos un verdadero drama”, dicen por lo bajo, con miedo.
“No sé si abrir el club, pedimos seguridad”
“El resto ya arrancó con las prácticas, pero nosotros por ahora no. A los chicos les dimos una semana más libre. Te voy a ser muy sincero: no sé si abrir el club“, revela uno de los responsables de Junior. En las próximas horas él mismo se reunirá con las autoridades para pedir seguridad. De lo contrario, no saben qué pasará a futuro.
“Yo tengo a mi nene jugando en el club, y hasta que no me den seguridad no lo llevo”. La respuesta de uno de los padres es firme, y no titubea cuando habla.
Emplazado sobre la calle Gustavo Cochet, a menos de dos cuadras de donde ocurrió todo, otro de los responsables del club Junior (de donde salió Pablo Pérez) le cuenta a TN que pasan por horas de pura incertidumbre.
“La zona siempre fue complicada, es cierto, y la verdad es que no sabemos qué hacer. Lo peor es que parece que nos estamos acostumbrando a vivir de esta manera”, detalla. Y agrega un detalle que estremece: “Los fines de semana todo se descontrola aún más, es un infierno”.
Los hábitos de la ciudad, con foco en ciertas zonas calientes, cambiaron durante los últimos años. Los clubes no están fuera del radar. “Los padres se quedan cada vez más durante los entrenamientos de sus hijos. Lo hacen por las dudas, viste, más que nada porque terminamos a las 20.30, ya de noche”, agrega uno de los directivos del club. En esas palabras está el resumen de lo que sucede en Rosario, una ciudad castigada por la inseguridad y el narcotráfico a niveles escalofriantes.
Junior de Rosario, un club familiar que busca sacar a los chicos de la calle
La puerta de entrada de Junior tiene el lema del club, que sirve para comprender la hoja de ruta: “Más que un club, una familia”. Junior es una institución forjada y sostenida por el esfuerzo de las familias que decidieron y deciden dedicarle parte de su tiempo (algunos, incluso, su dinero) para ofrecerles un lugar a decenas de chicos y chicas de entre 4 y 14 años para que puedan entrenarse y jugar. El fútbol como un escape a los peligros de la calle.
Según una nota publicada por el Diario La Capital, un “60 por ciento de los chicos que asisten son del barrio, pero el resto viene de otras zonas”. La captación de Junior no solo está circunscripta al oeste rosarino. Los chicos llegan desde distintos puntos de la ciudad.
“Somos un club muy preocupado por el crecimiento personal de los chicos, porque estén sanos, más allá de cómo puedan jugar al fútbol. Por eso no podemos permitir que nuestros jugadores y jugadoras estén en peligro”. El mensaje resuena en Rosario. Piden lo que falta: seguridad.
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